Obispos católicos
noticiaron al Papa Benedicto XVI que han rehusado la doctrina del pecado
original. Este dogma de fe passó. Le dijeron que conocen mucho mas al hombre
moderno, gracias a la sicoterapia
humanista “GELSTAT” donde Maslow
enseña el niño nace bueno con todos los potenciales en si mismo para lograr
completamente en su vida. Se necesita solo promover su potencial. La doctrina de Jesus : “sin me no pueden hacer nada”
también pasó. Sin embargo, obispos no pueden aclarar ¿Por qué bautizan al niño? Obispos
se pusieron en las garras de satanas.
Suplicamos a nuestro Santo Padre Francisco unirse con Benedicto XVI
para ayudar a nuestros obispos perdidos en el humo de las culturas perversas
de regresar a Jesús. Los sínodos sobre
la familia no se basan sobre la verdad
y van a fallar. No se enseña al niño
en la casa tampoco en la Iglesia su origen, ¿Por qué nacemos con “esta fuerza
destructiva” que nos inclinan siempre
a destruir su prójimo? Pedimos a Jesús
en nuestras oraciones rescatar su Iglesia.
Siguiendo se encuentra la respuesta de Benedicto XVI a los obispos que
no la hicieron caso!
BENEDICTO XVI
AUDIENCIA
GENERAL
Miércoles 3 de diciembre de 2008
El pecado original
en la enseñanza de san Pablo
Queridos hermanos y hermanas:
En
la catequesis de hoy trataremos sobre las relaciones entre Adán y Cristo, delineadas por
san Pablo en la conocida página de la carta
a los Romanos (Rm
5, 12-21),
en la que entrega a la Iglesia las
líneas esenciales de la doctrina sobre el pecado
original.
En
verdad, ya en la primera carta a los Corintios, tratando sobre la fe
en la resurrección, san Pablo había introducido la confrontación entre
el primer padre y
Cristo: "Pues del
mismo modo que en Adán mueren todos, así también todos revivirán en Cristo.
(...) Fue hecho el primer hombre, Adán, alma viviente; el último Adán,
espíritu que da vida" (1 Co 15, 22.45). Con Rm 5, 12-21 la
confrontación entre Cristo y Adán se hace más articulada e iluminadora: san
Pablo recorre la historia de la salvación desde Adán hasta la Ley y desde
esta hasta Cristo.
En el centro de la escena no se encuentra Adán, con las consecuencias del pecado sobre la humanidad, sino Jesucristo y la gracia que, mediante él, ha sido derramada abundantemente sobre la humanidad. La repetición del "mucho más" referido a Cristo subraya cómo el don recibido en él sobrepasa con mucho al pecado de Adán y sus consecuencias sobre la humanidad, hasta el punto de que san Pablo puede llegar a la conclusión: "Pero donde abundó el pecado sobreabundó la gracia" (Rm 5, 20). Por tanto, la confrontación que san Pablo traza entre Adán y Cristo pone de manifiesto la inferioridad del primer hombre respecto a la superioridad del segundo.
Por
otro lado, para poner de relieve el inconmensurable don de la gracia, en Cristo, san
Pablo alude al pecado de Adán: se podría decir que, si no hubiera sido para
demostrar la centralidad de la gracia, él no se habría entretenido en hablar
del pecado que "a causa de un solo hombre entró en el mundo y, con el
pecado, la muerte" (Rm 5, 12).
Por eso, si en la fe de la Iglesia
ha madurado la conciencia del dogma del pecado original, es porque
este está inseparablemente vinculado a otro dogma, el de la salvación
y la libertad en Cristo.
Como consecuencia, nunca deberíamos tratar sobre el
pecado de Adán y de la humanidad separándolos del contexto de la salvación,
es decir, sin situarlos en el horizonte de la justificación en Cristo. Pero,
como hombres de hoy, debemos preguntarnos:
¿Qué es el pecado original?
¿Qué
enseña san Pablo? ¿Qué enseña la Iglesia?
¿Es sostenible también hoy esta doctrina?
Muchos
piensan que, a la luz de la historia de la evolución, no habría ya lugar para
la doctrina de un primer pecado, que después se difundiría en toda la
historia de la humanidad. Y, en consecuencia, también la cuestión de la
Redención y del Redentor perdería su fundamento. Por tanto:
¿existe el pecado original o no?
Para
poder responder debemos distinguir dos aspectos de la doctrina sobre el
pecado original. Existe un aspecto empírico, es decir, una realidad
concreta, visible —yo diría, tangible— para todos; y un aspecto misterioso,
que concierne al fundamento ontológico de este hecho.
1)-El dato empírico es que existe una contradicción en nuestro
ser.
Por una parte, todo hombre sabe que debe hacer el bien e íntimamente también
lo quiere hacer. Pero, al mismo tiempo, siente otro impulso a hacer lo
contrario, a seguir el camino del egoísmo, de la violencia, a hacer sólo lo
que le agrada, aun sabiendo que así actúa contra el bien, contra Dios y
contra el prójimo.
San
Pablo en su carta a los Romanos expresó esta contradicción en nuestro
ser con estas palabras: "Querer el bien lo tengo a mi alcance, mas no el
realizarlo, puesto que no hago el bien que quiero, sino que obro el mal que
no quiero" (Rm 7, 18-19). Esta contradicción interior de nuestro
ser no es una teoría. Cada uno de nosotros la experimenta todos los días. Y
sobre todo vemos siempre cómo en torno a nosotros prevalece esta segunda
voluntad. Basta pensar en las noticias diarias sobre injusticias, violencia,
mentira, lujuria. Lo vemos cada día: es un hecho.
Como
consecuencia de este poder del mal en nuestra alma, se ha desarrollado en la
historia un río sucio, que envenena la
geografía de la historia humana. El gran pensador francés Blaise Pascal habló
de una "segunda naturaleza", que se superpone a nuestra naturaleza
originaria, buena. Esta "segunda naturaleza" nos presenta el mal
como algo normal para el hombre. Así también la típica expresión "esto
es humano" tiene un doble significado. "Esto es humano" puede
querer decir: este hombre es bueno, realmente actúa como debería actuar un
hombre. Pero "esto es humano" puede también querer decir algo
falso: el mal es normal, es humano. El mal parece haberse convertido en una
segunda naturaleza. Esta contradicción del ser humano, de nuestra historia,
debe provocar, y provoca también hoy, el deseo de redención. En realidad, el
deseo de que el mundo cambie y la promesa de que se creará un mundo de
justicia, de paz y de bien, está presente en todas partes: por ejemplo, en la
política todos hablan de la necesidad de cambiar el mundo, de crear un mundo
más justo. Y precisamente esto es expresión del deseo de que haya una
liberación de la contradicción que experimentamos en nosotros mismos.
Por
tanto, el hecho del poder del mal en el corazón humano y en la historia
humana es innegable. La cuestión es: ¿Cómo se explica este mal? En la
historia del pensamiento, prescindiendo de la fe cristiana, existe un modelo
principal de explicación, con algunas variaciones. Este modelo dice: el ser
mismo es contradictorio, lleva en sí tanto el bien como el mal. En la
antigüedad esta idea implicaba la opinión de que existían dos principios
igualmente originarios: un principio bueno y un principio malo. Este dualismo
sería insuperable: los dos principios están al mismo nivel, y por ello
existirá siempre, desde el origen del ser, esta contradicción. Así pues, la
contradicción de nuestro ser reflejaría sólo la contrariedad de los dos
principios divinos, por decirlo así.
En
la versión evolucionista, atea, del mundo vuelve de un modo nuevo esa
misma visión. Aunque, en esa concepción, la visión del ser es monista, se
supone que el ser como tal desde el principio lleva en sí el bien y el mal.
El ser mismo no es simplemente bueno, sino abierto al bien y al mal. El mal
es tan originario como el bien. Y la historia humana desarrollaría solamente
el modelo ya presente en toda la evolución precedente. Lo que los cristianos
llaman pecado original sólo sería en realidad el carácter mixto del ser, una
mezcla de bien y de mal que, según esta teoría, pertenecería a la naturaleza
misma del ser. En el fondo, es una visión desesperada: si es así, el mal es
invencible. Al final sólo cuenta el propio interés. Y todo progreso habría
que pagarlo necesariamente con un río de mal, y quien quisiera servir al
progreso debería aceptar pagar este precio. La política, en el fondo, está
planteada sobre estas premisas, y vemos sus efectos. Este pensamiento
moderno, al final, sólo puede crear tristeza y cinismo.
Así,
preguntamos de nuevo: ¿Qué dice la fe, atestiguada por san Pablo? Como primer
punto, la fe confirma el hecho de la competición entre ambas naturalezas, el
hecho de este mal cuya sombra pesa sobre toda la creación. Hemos escuchado el
capítulo 7 de la carta a los Romanos, pero podríamos añadir el
capítulo 8. El mal existe, sencillamente. Como explicación, en contraste con
los dualismos y los monismos que hemos considerado brevemente y que nos han
parecido desoladores, la fe nos dice:
2)-existen dos
misterios de luz y un misterio de noche, que sin embargo está rodeado por los
misterios de luz.
El primer misterio de luz es este: la fe nos dice
que no hay dos principios, uno bueno y uno malo, sino que hay un solo principio, el Dios creador, y este principio
es bueno, sólo bueno, sin sombra de mal. Por eso, tampoco el ser es una
mezcla de bien y de mal; el ser como tal es bueno y por eso es un bien
existir, es un bien vivir. Este es el gozoso anuncio de la fe: sólo hay una
fuente buena, el Creador. Así pues, vivir es un bien; ser hombre, mujer, es
algo bueno; la vida es un bien. Después sigue un misterio de oscuridad, de
noche. El mal no viene de la fuente
del ser mismo, no es igualmente originario.
El mal viene de una libertad creada, de una
libertad que abusa.
¿Cómo
ha sido posible, cómo ha sucedido? Esto permanece oscuro. El mal no es
lógico. Sólo Dios y el bien son lógicos, son luz. El mal permanece
misterioso. Se lo representa con grandes imágenes, como lo hace el
capítulo 3 del Génesis, con la visión de los dos árboles, de la serpiente,
del hombre pecador. Una gran imagen que nos hace adivinar, pero que no puede
explicar lo que es en sí mismo ilógico. Podemos adivinar, no explicar; ni
siquiera podemos narrarlo como un hecho junto a otro, porque es una realidad
más profunda. Sigue siendo un misterio de oscuridad, de noche.
Pero
se le añade inmediatamente un misterio de luz. El mal viene de una fuente
subordinada. Dios con su luz es más fuerte. Por eso, el mal puede ser
superado. Por eso la criatura, el hombre, es curable. Las visiones dualistas,
incluido el monismo del evolucionismo, no pueden decir que el hombre es
curable; pero si el mal procede sólo de una fuente subordinada, es cierto que
el hombre puede curarse. Y el libro de la
Sabiduría dice: "Las criaturas del mundo son saludables" (Sb
1, 14).
3)-DIOS
HA INTRODUCIDO LA CURACION:
Y
finalmente, como último punto, el hombre no sólo se puede curar, de hecho
está curado. Dios ha introducido
la curación. Ha
entrado personalmente en la historia. A la permanente
fuente del mal ha opuesto una fuente de puro bien. Cristo crucificado y resucitado,
nuevo Adán, opone al
río sucio del mal un río de luz. Y este río está
presente en la historia: son los santos, los grandes santos, pero también los
santos humildes, los simples fieles. El río de luz que procede de Cristo está
presente, es poderoso. Hermanos y hermanas, es tiempo de Adviento. En el
lenguaje de la Iglesia la palabra Adviento tiene dos significados: presencia
y espera. Presencia: la luz está presente, Cristo es el nuevo Adán, está con
nosotros y en medio de nosotros. Ya brilla la luz y debemos abrir los ojos
del corazón para verla, para introducirnos en el río de la luz.
Sobre todo, debemos agradecer el hecho de que Dios mismo ha entrado en la historia como nueva fuente de bien. Pero Adviento quiere decir también espera. La noche oscura del mal es aún fuerte. Por ello rezamos en Adviento con el antiguo pueblo de Dios: "Rorate caeli desuper". Y oramos con insistencia: Ven Jesús; ven, da fuerza a la luz y al bien; ven a donde domina la mentira, la ignorancia de Dios, la violencia, la injusticia; ven, Señor Jesús, da fuerza al bien en el mundo y ayúdanos a ser portadores de tu luz, agentes de paz, testigos de la verdad. ¡Ven, Señor Jesus |
|
miércoles, 1 de abril de 2015
OBISPOS CATOLICOS NIEGAN LA DOCTRINA DEL PECADO ORIGINAL
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario